No sé a quién le escuché alguna vez que, pese a que me sintiera mal, o lo peor de lo peor, NUNCA JAMÁS NEVER IN THE LIFE, le mostrara mis debilidades a los enemigos.
El asunto es que mi mayor enemigo es terrible astuto. Me conoce porque me juntaba con él y además, tiene tiempo para investigar mi vulnerabilidad. Así, con sus secuaces llamados demonios, sabe cuándo ando triste, enojada o apesadumbrada, porque es muy organizado.
Este enemigo, que es incapaz de leerme la mente y no puede estar en todo lugar como sí puede el Señor Jesucristo, me odia. Específicamente desde el día en que me empecé a juntar con Dios. Ahí me declaró la guerra y ha hecho hasta lo imposible por desviarme del camino verdadero.
Amigo, la firme es que ha sido duro y no me cabe duda que para ti también. Sin embargo, acá estamos y seguiremos estando hasta cuando el Señor diga.
Una de mis debilidades, desde niña, ha sido preocuparme demasiado por el qué dirán. Como que siempre estaba buscando la aprobación de los demás y cuando las cosas no me resultaban, me deprimía y me encontraba sonsa. Gracias a Dios, esto lo superé, pero mi enemigo sabe que tengo más debilidades y por eso no es raro que de vez en cuando las ocupe para joderme la existencia.
"Diga el débil: fuerte soy", dice Joel 3:10. Pero cuando uno anda debilucho, escuálido espiritualmente hablando, esa Palabra pareciera que nos queda grande.
Mientras estamos ahí, frustrándonos y repasando los errores, el enemigo llamado Satanás (que el Señor lo reprenda) agarra ventaja con la radiografía que nos sacó. Como dije anteriormente, al no poder meterse en la mente, busca estrategias para saber cuál es nuestra parte sensible y nos da por ese lado. Uno sin querer le entrega en bandeja la info al enemigo: por una actitud, porque se la comentamos a un cercano o ¡porque la escribimos en un mensaje de WhatsApp y él sapeó y dijo por aquí le doy!
En mi caso, me ataca con la música. Cuando estoy de lo mejor, súper consagrada, onda orando de madrugada y todas esas manos, él viene y me coloca un tema rockero de aquellos y el corazón se me prende. Es terrible, porque noto inmediatamente como bajo las revoluciones con Cristo y eso es porque NO LE HE PEDIDO AYUDA AL ESPÍRITU SANTO.
A veces uno es re gil. Perdón, yo, siempre. La Palabra dice que Jesucristo va a estar con nosotros hasta el fin del mundo, que enviaría al Consolador para ayudarnos, pero omitimos esta valiosa información y actuamos por nuestros instintos. Y ahí es cuando queda la grande y después vamos, nos arrodillamos y lloramos al Señor pidiendo perdón por haber fallado. Ay, Señor. Realmente tu misericordia no tiene límites.
Hace poco, analizando este mismo tema, sentí la inspiración de escribir en un cuaderno que tengo dedicado a las cosas espirituales, cada una de mis debilidades. Busqué una hoja nueva, agarré dos lápices (uno negro para las debilidades más fáciles de superar y otro rojo para las heavy), pero ni siquiera pude escribir la primera. Así de mediocre.
Me quedé pegada en un punto fijo, muy típico de mí, y pensé: son demasiadas, voy a anotar como 100. Así que aún es una tarea pendiente para mí, puesto que en GUERRA ESPIRITUAL, tenemos que ser muy detallistas. Mi intención -la cual quiero compartirte- es que tú también las escribas para que le pidas ayuda al Señor y a su Santo Espíritu. Sólo ÉL nos puede librar de toda maldad.
Hay unos versículos QUE ME ESTAMPARÍA EN DIFERENTES POLERAS: los que se mandó el Apóstol Pablo en Romanos capítulo 7. Desde el versículo 15 en adelante, no puedo identificarme más:
15 Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.
16 Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.
17 De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.
18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.
19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.
20 Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.
21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.
Y después el 24, que me revienta: ¡MISERABLE DE MÍ! ¿QUIÉN ME LIBRARÁ DE ESTE CUERPO DE MUERTE?
Mansa espada, amigos. Tremenda, tremenda. Aguante Pablo, loco. Realmente así de basura me siento cuando le fallo a Dios, cuando la vendo, ¡cuando caigo en pecados espantosos y de muerte!
Aún así, qué Grande es Su misericordia. Hoy, de regreso a casa, me topé con un vagabundo que deambula por el sector. Estaba afuera del supermercado y pasé a comprar algo para la choca. Me dije: cuando salga, lo invito a comer. Salí, no lo vi por ninguna parte y me puse a llorar en el semáforo. Me conmovió tanto la miseria de ese hombre, que sentí cómo Dios trató conmigo en esa esquina transmitiéndome que así mismo me aceptaba a mí. Con mis faltas, mis errores, mis necedades... ¡MIS DEBILIDADES!
Gloria a Dios por esto. ¡Por su don inefable! Aleluya. Todos tenemos diferentes debilidades y personalmente, las emociones me juegan malas pasadas porque soy demasiado sensible. Pero como te dije antes, amigo y amiga: identifica cuáles son tus piedras de tropiezo, anótalas y convérsalas con el Señor. Estoy segura de que Él no fallará en ayudar y que estará atento a escucharnos. Yo seré honesta y no me guardaré nada. Creo que lo haré este finde y ahí les cuento cómo me va.
Ah, y espero encontrarme de nuevo con el vagabundo aquel. El pobre debe estar aburrido de las barritas de cereal que le paso.
Dios te bendiga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario